Antecedentes
Una vez concluidas las ampliaciones y los ejemplos sobre
“capas” y “bloques”, y una vez desarrollado el tema dedicado al sistema de archivo,
parece oportuno abordar el nuevo tema dedicado a la forma de organizar los
archivos de trabajo que componen un proyecto técnico en el ámbito de la
“arquitectura”.
La forma más adecuada para organizar un proyecto,
obviamente depende de varios factores, pero los más significativos que cabe
considerar inicialmente, son en primer lugar los derivados del tamaño y grado
de complejidad del propio proyecto, en un segundo lugar el número y tipo de
personas que intervienen en la realización, incluyendo a su vez el grado de autonomía
y coordinación dentro del conjunto del trabajo, y finalmente los aspectos y
factores subjetivos o de “preferencia personal” que corresponden al último
responsable, o a la dirección del proyecto.
En relación con los factores enumerados, que pueden
resumirse de forma esquemática como: el Objeto, la Organización, y el
Diseño, cabe decir que dentro del ámbito de la arquitectura, cada uno de ellos
tiene sus propias peculiaridades y características que contribuyen a
diferenciar este sector con respecto a otras ingenierías o ámbitos de trabajo,
donde también se emplea el “dibujo técnico” como una herramienta fundamental.
El Objeto
En cuanto a los objetos que se proyectan en al ámbito
de la arquitectura, obviamente están constituidos por “edificios” en el más
estricto sentido del término. Como tales, los edificios pueden abarcar desde el
acondicionamiento de un local comercial o una pequeña vivienda, hasta un
rascacielos o un gran complejo comercial o administrativo. ( .. creo que, el “Pentágono” sigue siendo el
mayor “edificio” del mundo.)
Evidentemente la diversidad de “objetos” que se pueden
desarrollar en un proyecto resulta muy amplia, aunque no obstante se pueden
identificar rasgos comunes a todos ellos, además de poder establecer unos pocos
segmentos o categorías donde encuadrarlos, como por ejemplo “pequeño”, “medio”
y “grande” con límites entre 1.000 y 10.000 m2 que pueden representar saltos significativos
en cuanto a su tamaño.
En cualquier caso una “categoría” especialmente
significativa la constituyen las “viviendas” unifamiliares o aisladas, ya que
por el propio “significado” que cualquier individuo proyecta sobre la propia “vivienda”
como parte de su identidad, siempre han constituido un “objeto singular” que
pueda expresar y/o sintetizar, los anhelos y aspiraciones más profundos de una
forma física y tangible.
En relación con los elementos o rasgos comunes a
cualquier edificio, se pueden destacar varios de ellos, ya sea con criterios
físicos, como partes del objeto en sí, o bien funcionales en base a la
incidencia de cada parte en el conjunto. En este sentido cabe mencionar como
ejemplo la clasificación sistemática que establecen las NTE, (Terreno,
Cimentación, Fachadas, Estructura, Instalaciones, Particiones o distribución,
Cubiertas y Revestimientos), aunque también pueden establecerse otras, en
función de oficios que intervienen en la construcción como es común en la
elaboración de los presupuestos en los proyectos.
En cuanto a la configuración física del objeto, también
hay que decir que una de las bases fundamentales de la “arquitectura”, es la distinción
cualitativa entre “Proyectar”
y “Construir”. Es decir
cualquier proyecto que seamos capaces de concebir y desarrollar, solo tiene
sentido en si mismo, si una vez concluido como tal, sirve a su vez de pauta o
guía para “construir” el edificio como objeto real, que pueda ser “usado” formando parte de la vida
cotidiana de la personas.
Esa distinción entre proyectar y construir, que se
puede formular de un modo “aplastante” ante el sentido común, requiere siempre un
equilibrio sutil que a la hora de la verdad tampoco está libre de patologías,
ya que por un lado resulta fácil caer en una deformación profesional sobrevalorando la importancia del “diseño”,
el “proyecto”, la “concepción”, la “originalidad” y en general el trabajo de
gabinete en detrimento de problemas y aspectos sobre la ejecución de la obra,
que muchas veces se delegan en otros especialistas dedicados a ello
(aparejadores e ingenieros) que podrían acabar sirviendo sus propios intereses
corporativos en detrimento del resultado final.
En este terreno se pueden apuntar diferentes aspectos
como el papel del “Manierismo” en la historia del arte, o la “arquitectura de
papel” obsesionada en su propio mundo de concursos y revistas de arquitectura,
que acaba generando endogamias obsesivas, o bien por otro lado la picaresca y
el intrusismo profesional, de aquellos
que no dudan en ponderar la “ejecución de obra”, descalificando de manera
oportunista el valor y la competencia de un “proyecto riguroso”, con la
finalidad hipócrita de poder moverse con más comodidad y desahogo en el mundo de
la construcción, que opera sobre cantidades importantes y significativas de
recursos económicos.
La Organización
En este caso el término no se refiere a la
organización de un edificio o del objeto que se proyecta, sino a las tareas
necesarias para elaborar y plasmar el proyecto en un documento, legible por
terceras personas. Esa organización depende del tamaño del estudio profesional
o la oficina técnica, dentro de la que se desarrolla el “proyecto” asignando y
distribuyendo “tareas” entre diferentes personas que trabajan de forma regular
o esporádica.
Ese tamaño puede ser muy diverso, desde el estudio
individual, con un solo arquitecto acompañado en su caso por un delineante o
colaborador, hasta grandes estudios u oficinas consultoras interprofesionales
donde trabajan distintos arquitectos junto con otros tipos de técnicos. Es
conocido el estudio americano de arquitectura SOM (“Skidmore/Owings/Merrill”),
que tiene rango internacional y da un salto cualitativo con la construcción de
la torre “Sears” de Chicago, y actualmente es una organización con miles de
empleados de distintos rangos.
En todo caso dentro del ámbito de la “arquitectura”,
y en relación con los factores que se comentaban al principio, el protagonismo
del “diseño” y los demás elementos de “subjetividad”, hacen que la organización de los estudios de
arquitectura sea bastante personalista, y cuando se agrupan varios arquitectos,
los hagan con frecuencia en base a distribuirse los proyectos de forma que cada
uno sigue operando de forma individual, y por otra parte resulta poco frecuente
la existencia de grandes estudios dedicados estrictamente a la “arquitectura”
con una organización compleja, más allá del prestigio personal de sus
miembros.
Como contraposición a esta situación, en el caso de
las demás “ingenierías” y sobre todo la de “obra civil” o ingenieros de
caminos, que muchas veces son concurrentes y competidores en algunos campos de
la “arquitectura”, con el “urbanismo” como territorio común, es mucho más habitual
la existencia de oficinas y estudios de tamaño mediano o grande, que ya no se
apoyan en el prestigio personal o el nombre de un individuo y dependen mucho
más de una organización compleja y depurada en función del perfil de los
trabajos habituales o de los recursos disponibles en cada caso.
Esta dicotomía ligeramente esbozada, que también se
aprecia en la rivalidad profesional, tiene mucho que ver con el diferente papel
que juega el tercer factor comentado “El Diseño”, en cada uno de los dos
sectores. En el ámbito de la “arquitectura”, el diseño es un factor primordial
y preponderante que se desarrolla con la capacidad de “síntesis”, acompañada con una notable dosis de
“subjetividad”, pero que cuando se manejan con maestría, producen y manifiestan
unos resultados y valores que son inmediatamente reconocibles por las demás
personas.
Sin embargo en el ámbito de las “ingenierías”, se
valoran en especial las “eficacias” y los “rendimientos” de las soluciones
proyectadas, que se basan en unos “análisis”
muy exhaustivos de los problemas que abordan, aunque con poca o escasa relevancia
hacia los demás valores intelectuales y subjetivos, como la estética, la
semántica, la identidad individual o la singularidad propia de cada objeto, desarrollando
soluciones literalmente “copiadas” sin el menor rubor intelectual.
El Diseño
Bajo el factor de diseño se engloban todos esos
aspectos que ya se han apuntado en el párrafo anterior y que marcan una
diferencia sustancial entre la “arquitectura” y la demás ingenierías, a pesar
de que en principio se opera manejando elementos comunes, ya que en la
construcción de cualquier edificio completo, se manejan los mismos elementos y
unidades de obra, que en la “obra civil” o la mayoría de las ingenierías. De
hecho el notable incremento paulatino de la complejidad en los edificios públicos,
hace que la participación de ingenierías de todo tipo sea cada día más imprescindible
dentro del sector de la construcción.
En relación con estos aspectos cabe recordar el
distinto papel que juega la “formación” del “arquitecto” en diferentes países y
entornos culturales, ya que en algunos casos, se incide con preferencia en los
aspectos específicos del diseño, desplazando el entorno profesional hacia la
parte más artística y creativa, pero al mismo tiempo va dejando a los profesionales
desarmados respecto a una formación técnica rigurosa, que les va llevando a
inhibirse, o a perder “competencias” efectivas dentro de la “ejecución de obra”
y finalmente también en los procesos de concepción y decisión sobre aspectos
básicos del edificio.
Ese difícil equilibrio entre los aspectos más
subjetivos y evocadores del diseño, y aquellos otros más pragmáticos e ingenieriles de la
“ejecución de obra”, siempre va a redundar en un mayor conocimiento práctico de
los problemas propios de la ejecución, y de las técnicas disponibles, para
poder realimentar ese proceso del “diseño” que consiste en “imaginar nuevos
edificios”, cuando va acompañada de una gran capacidad de “síntesis”, y una
“subjetividad” equilibrada, para poder filtrar los elementos más singulares y
relevantes.
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