miércoles, 19 de febrero de 2014

DEL ROMÁNICO AL GÓTICO - III [el diseño]

LAS REFERENCIAS

En aquella época, la construcción de los edificios del monasterio, también estaba incluida dentro de la regla benedictina de “ora et labora”, con el conocido significado de reza y trabaja, lo cual supone que eran los propios monjes quienes construían los edificios con su esfuerzo, y naturalmente los que decidían el diseño y la configuración del mismo y en última instancia los responsables de esos rasgos de identidad que caracterizan el estilo románico.
                                                   
Si pensamos con cierto  detenimiento en el proceso que pudo llevar a construir aquellos edificios, probablemente una de las primeras consideraciones que cabe hacer es sobre el trabajo en grupo, ya que seguramente se produce una distribución de tareas con una relativa especialización en función de las distintas habilidades, apoyada también en la propia organización interna del grupo, y además debía darse una puesta en común, o comunicación de los problemas que van surgiendo día a día, con participación de opiniones diversas sobre las soluciones más adecuadas.

Además de esa comunicación cotidiana dentro del propio grupo que está trabajando, también hay que considerar la relación entre diferentes monasterios de una misma congregación, ya que con toda probabilidad los monjes se desplazarían con relativa frecuencia entre distintos monasterios, comunicando experiencias y/o soluciones adoptadas en otros lugares, lo cual parece una buena razón para la uniformidad del estilo en ubicaciones geográficas relativamente distantes.

Otra consideración sobre la distribución especializada de tareas, es la relación con la organización de gremios medievales, ya que probablemente cuando dentro del monasterio se abordaba una construcción de cierto tamaño, es probable que surgiera una demanda de trabajo sobre la gente común de localidades próximas, y la organización de un trabajo distribuido por tareas que se coordinan con eficacia desde una dirección común, pone en valor el trabajo especializado y la propia organización de los gremios medievales.

Otra referencia digna de consideración, es la relativa al tamaño de los edificios cuya construcción se aborda, ya que prácticamente en toda la alta edad media (siglos VI a X), el tamaño de los edificios que se construyen es relativamente limitado, seguramente porque tanto los recursos empleados como las iniciativas que los promueven, tienen un ámbito bastante  restringido a las personas directamente involucradas y/o a su entorno próximo, ya que la compleja y poderosa estructura del poder político y militar del imperio romano se había desvanecido completamente.

Parece oportuno pensar que es precisamente esa estructura de organización en grupo, que es implícita en las congregaciones religiosas y monasterios, la que contribuye por un lado a abordar los trabajos de construcción mediante una distribución especializada de tareas que se coordinan bajo la jerarquía de una dirección común, pero también el hecho de abordar la dimensión global de la obra, desde el punto de vista del interés general del conjunto, y por tanto mucho más allá del alcance que puede preocupar a un individuo, o las circunstancias concretas de su propio poder individual.

EL MONASTERIO

Probablemente dentro la vida de cualquier monasterio, la construcción de los edificios no era un proceso unitario, que implica concebir y planificar desde el principio, la dimensión completa del monasterio, sino que se iba configurando y ampliando paulatinamente a lo largo del tiempo mediante la construcción sucesiva de distintos elementos y/o la ampliación de los existentes, convirtiendo los trabajos y tareas de la construcción en un proceso de carácter casi permanente.

No obstante lo que sí parece evidente dentro del proceso habitual, es que las distintas partes o elementos funcionales que configuraban el conjunto, sí que respondían a ese proceso unitario, que representa concebir, planificar, o en una palabra “proyectar” desde el origen, la configuración,  el tamaño y las dimensiones completas de cada elemento, cuya construcción se aborda en una época o momento concreto de forma unitaria.

Dentro de los elementos funcionales que configuran cualquier monasterio se pueden identificar como más característicos: el Claustro, la Iglesia, la Sala Capitular, o el Refectorio, pero además de estos, también había otras muchas edificaciones auxiliares que alojaban cuadras, almacenes, despensas, cocinas, bibliotecas y celdas o habitaciones, o bien dormitorios generales compartidos.

El Claustro y la Iglesia son tan conocidos y característicos que no necesitan demasiada aclaración. La Sala Capitular, es un espacio con una fuerte carga simbólica y representativa, donde la jerarquía o bien el conjunto de la congregación, se reúne periódicamente para realizar “El Capítulo”, que consiste en una asamblea en la que se hace un balance público de todo lo realizado por la congregación en el último periodo, y se establecen los nuevos objetivos, intenciones y/o compromisos para el siguiente capítulo. También se adoptaban y decidían las cuestiones básicas sobre disciplina interna dentro de la congregación.

El Refectorio es una gran sala o espacio, donde los monjes y frailes se reúnen para comer, habitualmente con la regla o compromiso del “silencio general”, y también con la presencia de algún orador, que va leyendo pasajes de las sagradas escrituras. Este funcionamiento permite evocar y contribuye también a una explicación coherente de las consideraciones que ya se han hecho sobre el tiempo de reverberación de un recinto (TR) en ausencia de megafonía.

A la hora de construir los nuevos edificios, la Iglesia constituye un elemento bastante singular y significativo para una congregación religiosa, ya que además de servir a esta, también puede albergar los ritos religiosos para cualquier población exterior. No obstante dentro del funcionamiento cotidiano, hay que considerar a su vez los rezos de las “horas canónicas” que como ya se había comentado, se realizaban en el caso de horas nocturnas, por toda la congregación reunida dentro de la iglesia y cantados en coro. “Maitines” a la media noche, “Laudes” un par de horas antes del amanecer, “Vísperas” alrededor de la media tarde, y “Completas” sobre las nueve de la noche.
                                                                                                                              
Eso supone que al proyectar o concebir el recinto de la Iglesia además de tener en cuenta la propia función de la misma con un carácter abierto a cualquier población exterior al monasterio, sea considerado un espacio funcionalmente adecuado para realizar también con la mejor sonoridad posible, los cantos en coro que corresponden a los rezos diarios.

Lógicamente aunque no tuviesen conocimientos rigurosos sobre la acústica de recintos, el fenómeno ya comentado del tiempo de reverberación (TR), directamente relacionado con el tamaño y volumen absoluto del recinto donde se entona la melodía, tenía que ser percibido y sentido de una forma tan directa y evidente, que al abordar el proyecto de cualquier iglesia, el reto de poder construir un recinto aún mayor o más grande y por tanto con más “sonoridad” o persistencia acústica, debía constituir una de las principales motivaciones para aquellas gentes. 

LA BASILICA Y LA IGLESIA 

La construcción de las primeras iglesias del románico, se basa en el modelo de la “basílica romana” que funcionalmente es un edificio representativo y singular que tenía utilizaciones muy diversas siempre basadas en un cierto carácter social con una gran afluencia de gente. Se utilizaba tanto como mercado, como lugar de reuniones y debates políticos, o bien para celebrar juicios que presidia un magistrado acompañado por el tribunal que se situaba en la exedra.

El edificio estaba configurado por un espacio continuo de planta rectangular, con una exedra o lugar prominente en uno de los extremos longitudinales, en la que se situaba el tribunal configurando una especie de cabecera. Normalmente el acceso se situaba en el extremo contrario y el espacio interior se configuraba con tres bandas longitudinales, separadas por alineaciones de columnas que permitían un espacio interior continuo y unitario. Sobre las alineaciones de las columnas, se elevaban unos muros longitudinales que superando la  altura de los espacios laterales, permitían la apertura de huecos de iluminación en la parte superior. La cubrición del espacio normalmente se hacía con una estructura de madera que solía mostrar un artesonado decorativo.

Al trasponer este modelo a las primeras iglesias románicas, la exedra se transforma en un ábside semicircular donde se aloja el altar, y se acompaña con otros dos más pequeños rematando las bandas laterales, a modo de capillas auxiliares. El espacio central adquiere un mayor desarrollo en detrimento de los laterales, incrementando considerablemente la diferencia de ancho y alto, que probablemente busca aumentar el “volumen” del recinto en función de una mayor sonoridad.

Otro de los cambios singulares es la cubrición del espacio con una bóveda de cañón o semicircular y continua a lo largo del espacio principal, que se realiza con sillería de piedra, igual que el resto de los muros del edificio. También se cubren con otras bóvedas menores y de tipos diversos los espacios laterales. La razón de este cambio puede que tenga mucho que ver con una previsión de solidez y duración a largo plazo, ya que la cubierta de madera se deteriora y envejece mucho antes que un muro de piedra, pero probablemente también se considere importante la continuidad de todas las superficies que configuran del recinto principal, buscando conseguir la mejor sonoridad o reverberación.

Otra modificación importante respecto a la tipología de basílica, es el “transepto” que inicialmente no parece tener demasiado protagonismo, pero con la evolución se convierte en una característica básica. Este consiste en la configuración de un espacio transversal, situado perpendicularmente al eje longitudinal en las inmediaciones de la cabecera.
Este transepto se configura como un espacio de proporciones similares a las de la nave principal, cruzando e interrumpiendo las laterales y dando lugar a la conocida configuración de planta de cruz latina en cuanto tiene un desarrollo mayor que el ancho de las otras tres naves. La ejecución del transepto con la altura y proporciones de la nave principal, da lugar a un relativo conflicto de diseño, ya que si se cubren ambas con una bóveda de medio cañón, el cruce de las superficies cilíndricas da lugar a la geometría de una “bóveda por arista”, por lo que en algunos casos se interrumpen ambas para generar una sobreelevación mediante un tambor, trompas o pechinas que dan lugar al crucero, o bien en otros casos como la iglesia de San Isidoro de León, simplemente se hace algo más baja la transversal cruzando el nivel de su clave superior, a la altura del arranque de la principal, con lo que prevalece la geometría longitudinal.


La razón para incorporar este transepto sobre el modelo de basílica, es difícil de determinar, ya que en aquella época no se escribía junto al proyecto, una memoria donde el autor argumentara o explicase las razones del diseño, y bien puede tratarse de razones sobre el significado o de tipo semántico, como la referencia de tipo religioso a la cruz que representa el sacrificio de Jesucristo, pero yo aún a riesgo de parecer un poco obsesivo respecto a mi propia idea, más bien me inclino por un tipo de razones más pragmáticas, como el hecho de que la nueva configuración, permite incrementar apreciablemente el “volumen” del recinto, justo en las inmediaciones del altar o el corazón de la iglesia, lo cual evidentemente tiene que redundar en una mayor “sonoridad” o reverberación, seguramente muy apreciada por aquellos monjes, cuando escuchaban el canto del coro sin megafonía.



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