Durante los seis capítulos anteriores se ha
desarrollado paulatinamente una argumentación que de forma resumida consiste en
atribuir, la evolución entre el estilo “románico” y el “gótico”, a unos pocos
cambios en las técnicas de construcción, y también a la “motivación” que
representaba en aquella época, la posibilidad de mejorar de una forma muy
notable y acusada, la “sonoridad” de los recintos en los que se desarrollaba la
música coral del “canto gregoriano”, que podía escucharse en monasterios,
iglesias y catedrales.
Evidentemente se trata de una argumentación
desarrollada bajo un punto de vista personal, que no coincide con las
interpretaciones habituales, pero es completamente rigurosa con los datos y
referencias históricas, y desde luego se ha prestado un especial cuidado sobre
la coherencia de esta interpretación, con respecto a los conocimientos actuales
de “técnicas de construcción” y “acústica de recintos”.
LA GRAN INTEGRACIÓN
Esta nueva argumentación supone atribuir ese “notable y repentino” cambio en las formas y la estética de la construcción de los edificios, no tanto a una evolución de índole cultural, que trataría de expresar nuevas y profundas inquietudes, mediante un repertorio de formas y estética completamente distinto del anterior, para operar como directrices de diseño en los nuevos edificios, sino más bien a la concurrencia y sinergia mutua, entre dos circunstancias de un carácter mucho más pragmático. Por un lado, las nuevas técnicas de construcción, que permiten realizar edificios mucho más altos, grandes y voluminosos aunque desempeñando unos recursos parecidos o equivalentes a los anteriores, y por otro lado la considerable y notable “mejora” con la que se puede escuchar el “canto gregoriano” dentro de ellos, ya que la sonoridad de estos y por tanto la “magnitud del sonido” que escucha el oyente, se multiplica por un factor cuatro a cinco veces mayor, en la mayoria de los casos.
Esta nueva argumentación supone atribuir ese “notable y repentino” cambio en las formas y la estética de la construcción de los edificios, no tanto a una evolución de índole cultural, que trataría de expresar nuevas y profundas inquietudes, mediante un repertorio de formas y estética completamente distinto del anterior, para operar como directrices de diseño en los nuevos edificios, sino más bien a la concurrencia y sinergia mutua, entre dos circunstancias de un carácter mucho más pragmático. Por un lado, las nuevas técnicas de construcción, que permiten realizar edificios mucho más altos, grandes y voluminosos aunque desempeñando unos recursos parecidos o equivalentes a los anteriores, y por otro lado la considerable y notable “mejora” con la que se puede escuchar el “canto gregoriano” dentro de ellos, ya que la sonoridad de estos y por tanto la “magnitud del sonido” que escucha el oyente, se multiplica por un factor cuatro a cinco veces mayor, en la mayoria de los casos.
Lógicamente la afirmación que se acaba de hacer podría considerarse completamente gratuita, ya que no se conocen pruebas directas que la respalden, como podría ser la “memoria” de un proyecto, donde el autor desarrolla mediante un documento escrito, las motivaciones u objetivos que justifican la ejecución del nuevo edificio. No obstante voy a tratar de exponer y acompañar unos cuantos argumentos, que si bien pueden considerarse circunstanciales, yo creo que respaldan con una claridad notable la afirmación que se acaba de hacer.
El
Órgano de la Catedral, es un instrumento musical que constituye el “alma” de
la misma. Como instrumento de música, está basado en la vibración de la masa de
aire que se encuentra dentro de un tubo rígido, normalmente abierto en uno de
sus extremos, y con una lengüeta vibrante en el otro, sobre la que se sopla con
un chorro de aire procedente de un fuelle u otro sistema parecido.
La vibración de la lengüeta, se propaga al
interior induciendo una “resonancia” en la masa de aire, que acomoda su frecuencia
principal a la longitud del tubo, produciendo el sonido correspondiente a esa
nota concreta. Cada tubo produce una sola nota musical, pero para una misma
nota, se puede disponer de varios tubos, que incluso pueden ser de distinto
material y/o forma, de modo que el órgano se organiza con diferentes registros,
que se pueden combinar y corresponden a conjuntos de tubos con diferencias de
timbre, matiz y/o sonoridad. Esto hace que el órgano pueda disponer de varios
teclados, pedales y/o registros, y su ejecución pueda llegar a ser notablemente
compleja.
Evidentemente la base de la sonoridad del
órgano, es la propia vibración del aire transmitida de forma directa e
inmediata al espacio circundante, y que se destaca de una manera especialmente
notable cuanto mayor es el tiempo de reverberación (TR) del gran recinto de “la
catedral”, donde se sigue oyendo su sonido, incluso durante cinco, seis o más
segundos, después de haber interrumpido la ejecución.
La Música
de Cámara,
es una terminología dentro del género musical, que se refiere a composiciones
escritas normalmente para un pequeño conjunto de instrumentos, como un cuarteto
de cuerda (dos violines, una viola y un chelo), que se desarrolla con gran
proliferación en el siglo diez y ocho (XVIII), alrededor de los palacios de la
nobleza. Estas composiciones se hacían con el fin de que fuesen oídas, en
reuniones sociales de unos cuantos aristócratas invitados, que se reunían en
una “cámara” o salón del palacio de turno, para escuchar esa música.
Lógicamente por amplio que fuera el salón del
palacio correspondiente, su “volumen” y por tanto el TR (tiempo de
reverberación), estaban completamente fuera de escala, con respecto a los
parámetros de sonoridad del recinto de una catedral o de una sala de conciertos
para música sinfónica. Esto indica que esa música se compone con otras pautas
diferentes de viveza y ritmo, ya que se trata de una música mucho más ligera, con
una denominación diferente, que ya no es adecuada para la audición en directo
dentro de grandes espacios con TRs altos, donde la persistencia acústica, distorsiona
o hace perder la viveza y agilidad en el ritmo, que caracteriza este tipo de
composición musical.
La
Catedral de Florencia, es un edificio que está considerado como la primera
gran obra que da paso hacia el “Renacimiento”, y es históricamente conocida
entre otras cosas, por el papel protagonista que desempeña el gran arquitecto
Brunelleschi.
El proyecto de construcción había sido concebido
con una gran cúpula, de dimensiones próximas a las del “panteón romano”, aunque
en este caso era preciso construirla sobre unos muros mucho más altos, en una
posición bastante más elevada. Esta característica aseguraba disponer de un
recinto con un “volumen” considerable, casi desconocido hasta entonces, pero también
plantea unos problemas técnicos de construcción que nadie se atreve a abordar durante
un cierto periodo de tiempo. Es precisamente Brunelleschi, quien acepta el
desafío para construir esa gran cúpula, y lo resuelve con una solución muy
novedosa basada en realizar “dos” cúpulas concéntricas mucho más ligeras, y con
un trazado “parabólico” que proporciona más estabilidad, por acomodarse mejor a
la curva de la “catenaria” que es la que realmente describe el polígono de
cargas que se generan con la distribución real del “peso” de los materiales.
El personaje de Brunelleschi es uno de los
prototipos de hombre del renacimiento. Tiene una primera etapa como escultor,
pero además es un notable conocedor de las “matemáticas y la música”, que en
aquella época eran disciplinas integradas conjuntamente. Finalmente es conocido históricamente sobre todo, por la
construcción de la cúpula de esta Catedral. Durante la ejecución de la obra se
producen algunos avatares y peripecias
en la relación con las autoridades y con otros colegas, pero finalmente su
mérito es plenamente reconocido, y en la gran “inauguración” del edificio, el
propio Brunelleschi compone un “motete a cinco voces”, que es una composición
musical de tipo coral y polifónico, lo que supone que debe ser “cantada” por
“cinco” coros u orfeones independientes, entonando cada uno la melodía en una
octava distinta.
Considerando que el teclado de un piano solo
dispone de siete octavas, precisamente porque al “duplicarse” la frecuencia de
la nota inicial al avanzar cada octava, queda cubierto prácticamente todo el
espectro de audición del oído, que va prácticamente de 50 a 20.000 herzios. Si
la primera octava se inicia en 80Hz, las seis siguientes se inician en 160, 320,
640, 1.280, 2.560 y 5.120 Hz, y la última termina alrededor de los 10.240, ya
sin espacio para una octava adicional.
Evidentemente una composición a cinco voces
debe cubrir prácticamente todo el espectro de audición “posible”, ya que solo
se excluyen las octavas de los extremos, y además debe ser alcanzado con la
entonación de las personas que cantan, por lo que constituye efectivamente una
auténtica demostración práctica del mérito, además de “una buena razón”, para construir
un recinto como ese.
LA BATALLA de LAS NAVAS DE TOLOSA
En este caso voy a tratar un acontecimiento
histórico que aparentemente no tiene nada que ver con los argumentos anteriores,
pero sin embargo yo creo que a raíz del mismo se “derivan” algunas
circunstancias que me gustaría destacar, por lo que haciendo un pequeño juego semántico
con el significado de las “integrales y derivadas” dentro de la disciplina de
las matemáticas, cuyo último concepto no siempre queda suficientemente claro, me
he permitido titular el capítulo, como una alusión velada hacia esas “derivaciones”,
tan poco convencionales.
El acontecimiento histórico de la batalla de
las Navas de Tolosa, es sobradamente conocido y se puede consultar con
facilidad, pero a modo de resumen, creo que se puede decir que constituye el
punto de inflexión decisivo en la evolución de “La Reconquista”. Esta batalla
se produce en el verano del año 1.212 en tierras de la provincia de Jaén,
ligeramente al sur aunque bastante próxima al paso de Despeñaperros, en lo que
puede considerarse como la puerta de Andalucía o la “Al_Andalus” musulmana.
La batalla se origina como una alianza de
todos los reinos cristianos de la península, desde el Atlántico al
Mediterráneo, incluyendo los reinos de León que comprende también Asturias y
Galicia, Castilla, Navarra y Aragón con los condados catalanes, los
almogávares, e incluso con la participación de caballeros trasmontanos o
franceses del otro lado de los Pirineos. Las fuerzas son dirigidas y
capitaneadas por el rey de Castilla que promueve esta alianza, con el respaldo
del Papa y algún Obispo, y aunque el rey de León no asiste directamente a la
batalla por desavenencias con el de Castilla, sí que participan los ejércitos y
caballeros del reino de León, y dentro de la batalla el rey Sancho de Navarra,
arranca las cadenas del recinto que delimita la tienda del Miramamolín huido de
la batalla, y a raíz del acontecimiento se las cuelga en su escudo de armas,
desde el cual pasan al de los Reyes Católicos y de ahí al de España, donde aún
se conservan.
La fecha de 1.212 evidentemente entra de
lleno en ese periodo de cincuenta años que ya se había mencionado
anteriormente, en el que se inicia la construcción de las grandes catedrales
góticas por toda Europa, probablemente para conseguir esa “nueva sonoridad
impresionante” que se puede escuchar dentro de sus recintos.
PRIMERA DERIVADA – La Mezquita de Córdoba
Como consecuencia de la batalla anterior, en
los años siguientes se produce un declive considerable de los reinos
musulmanes, y una nueva hegemonía del reino de Castilla, y en pocos años, sus
tropas conquistan y ocupan las ciudades de Córdoba y Sevilla. Lógicamente
cuando los cristianos entran en Córdoba a mediados del siglo trece, se
encuentran con “La Mezquita”, que es un recinto cerrado cuajado de arcos y
columnas, que mantiene una altura constante en torno a los seis u ocho metros
libres, con una extensión horizontal en torno a los 13.000m2, lo cual
representa un recinto cerrado con un volumen del orden de los cien mil metros
cúbicos. [100.000m3]
Si ahora consideramos que el volumen del
recinto de un catedral como la de Santiago de Compostela puede estar en el entorno
de los treinta mil metros cúbicos, y las de León o Burgos, alrededor de los cincuenta
mil, y que ninguna catedral de esa época, incluida Notre Dame de París, sobrepasa
esta cifra de forma significativa, creo que debió transcurrir muy poco tiempo,
para que alguien que conociese las verdaderas inquietudes para construir las nuevas
catedrales, decidiese situar un “coro” dentro de aquella mezquita, para cantar “gregoriano”
a pleno pulmón, con el fin de poder escuchar el resultado.
Aunque yo no haya estado allí, estoy
plenamente convencido, que este tipo de acontecimiento o algo parecido, debió
de suceder realmente, y además que su resultado debió de cumplir holgadamente
las expectativas, debido sobre todo al aplastante rigor de la “física” y sus
ecuaciones, como en este caso la del profesor Sabine. Presumo en consecuencia,
que aquellos “bárbaros cristianos”, debieron instalar inmediatamente el “cabildo
de la catedral” dentro de aquella mezquita, para poder cantar “maitines”, “laudes”,
“vísperas” y “completas”, todos los días del año, y además supongo que los
musulmanes cordobeses debían escuchar diariamente aquellos cantos completamente
“embelesados”, ya que en un recinto como ese, debían sonar como auténtica
música celestial.
SEGUNDA DERIVADA – La Catedral de Sevilla
A comienzos del siglo quince, y más
concretamente en el año 1.401, el cabildo de la catedral de Sevilla que se
encontraba instalado en la antigua mezquita de la ciudad, probablemente
siguiendo las pautas de Córdoba, decide construir una nueva catedral, debido
sobre todo al estado ruinoso y deteriorado que presentaba la mezquita en aquel momento.
Al abordar el proyecto y la construcción del
nuevo edificio, ya existía una relativa experiencia acumulada sobre el tamaño
de los recintos, y los límites prácticos de las nuevas técnicas de construcción
mediante bóvedas de nervios, e incluso se encuentra abierto y en curso, el
desafío para concluir la catedral de Florencia.
Presumo que al abordar el nuevo reto para
proyectar y construir una gran catedral, los responsables de aquella iniciativa
debieron de marcarse como es lógico, un objetivo relativamente ambicioso, y
aunque no puedo tener ninguna seguridad en lo que sostengo, me imagino que para
cualquier persona de aquel cabildo que hubiera escuchado el canto de un coro dentro
de la mezquita de Córdoba, el desafío tendría que ser obviamente el poder
acercarse o igualar al menos la “sonoridad” o reverberación de aquella
mezquita.
TERCERA DERIVADA – La Catedral de Córdoba
Una vez iniciada la construcción de una nueva
catedral como la que se había proyectado en Sevilla que se encontraba en curso
de ejecución a lo largo de todo el siglo quince, presumo que entre los miembros
del cabildo cordobés, debió de surgir alguna inquietud sobre la posibilidad de
que esa nueva catedral, pudiese llegar a igualar o superar la “sonoridad” de su
mezquita, relegando su importancia relativa.
En aquellos tiempos la seguridad intelectual
que proporcionan las ecuaciones de la física y en particular la de Sabine, eran
rigurosamente desconocidas y probablemente los bulos, las rotundas afirmaciones
de expertos “auténticamente entendidos” y también algunos buscones
oportunistas, seguramente contribuían a incrementar ese tipo de inquietudes, y yo
pienso que esos posibles temores al “riesgo” de perder el protagonismo de una
sonoridad excepcional, pudieron ser una razón verosímil para que durante el
siglo quince, el cabildo de Córdoba decida ampliar la propia mezquita, ¿¡..empotrando
una nueva catedral dentro de ella..¡?, para que al aumentar considerablemente su
recinto, se mantenga intacta su singularidad y protagonismo.
La verdad es que esta tercera idea, creo que
es la más especulativa y aventurada, pero la verdad es que como “arquitecto”
siempre me he preguntado, ¿qué tipo de
razones?, han podido tener los responsables de la decisión, para “empotrar”
la ejecución de esa nueva catedral, en un edificio como la Mezquita de Córdoba,
de una manera tan drástica, para mantener luego intacto el resto del edificio …
¿!..¡?.
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