Cuando se evocan referencias de arquitectura dentro
de los periodos históricos denominados “románico”
y “gótico”, enseguida surge la referencia
del Camino de Santiago en la época medieval, cuando a lo largo de ese itinerario
se van construyendo una serie de monasterios, iglesias, y catedrales, con unas
pautas de estilo y construcción, que ponen de manifiesto la transmisión del conocimiento a lo largo del propio
camino y también una identidad cultural con rasgos comunes.
Si se quieren sintetizar las principales características
del estilo románico, parece oportuno citar un repertorio de iglesias y
edificios representativos, cuyas imágenes resulten conocidas en general, y de
esa forma establecer referencias más detalladas y concretas respecto a los
elementos que lo caracterizan.
LOS ANTECEDENTES
Antes de citar una relación de ejemplos, considerando que los estilos románico y gótico, se suceden en el tiempo por ese orden, cabría revisar también la época inmediatamente anterior, con el fin de identificar posibles pautas o claves que permitan entender mejor la aparición y evolución entre los diferentes estilos, pero sin embargo cuando tratamos de recopilar ejemplos anteriores al románico, nos damos cuenta que resultan significativamente más escasos.
Teniendo en cuenta que el románico se
extiende históricamente entre los siglos XI, XII y la primera mitad del XIII, y
el gótico desde la segunda mitad del XIII hasta mediados del siglo XV o incluso
el XVI dependiendo de la transición al Renacimiento
en cada zona geográfica, habría que remontarse al menos dos o tres siglos por
delante del XI para cubrir una extensión temporal equivalente a cada uno de estos
dos periodos. Sin embargo cuando estudiamos, las referencias en la arquitectura
de la época, normalmente se engloba una extensión temporal que comprende desde
la caída del imperio romano en el siglo VI, hasta el siglo XI. Unos cinco
siglos que se identifican habitualmente como “alta edad media”, que incluye desde el arte visigodo al mozárabe pasando
también por el prerrománico.
Dentro de este periodo llama enseguida la
atención, que el número de ejemplos de arquitectura resulta demasiado escaso en
comparación con el románico o el gótico, a pesar de doblar la duración en el
tiempo. Por otra parte los ejemplos de edificios también resultan
llamativamente más pequeños y de mucha menor entidad, como Santa María del
Naranco, San Miguel de Lillo, Santiago de Peñalba, San Miguel de Escalada, San
Baudilio de Berlanga, etc.
Esta consideración, invita a pensar que
probablemente los cambios producidos en toda la sociedad europea y
particularmente en la península, alrededor del año 1.000, son mucho más
profundos y decisivos de lo que estamos habituados a considerar, o lo que representa
la anécdota de las “cruzadas”. De hecho durante el siglo X se desarrollan en la
península, casi todos los ejemplos de la arquitectura mozárabe que es más
relevante en cuanto magnitud y extensión que los cuatro siglos anteriores,
sexto a noveno.
LOS CAMBIOS
Uno de los elementos que parece oportuno
destacar, es una decisión de la iglesia católica que se produce en esa época, y
es la de unificar todos los ritos religiosos, adoptando como idioma único el “latín” que aún es conocido y manejado
con soltura por mucha gente, y contribuye de esa forma a facilitar una
comunicación a lo largo de toda Europa, ya que los ritos religiosos y el latín,
resultan familiares y comunes para cualquier persona que pueda desplazarse
desde Francia o el centro de Europa hasta los confines de Galicia, donde en esa
época se dice haber localizado la tumba del apóstol.
Otro elemento a considerar es el surgimiento y proliferación de la vida monástica, con el ejemplo de los benedictinos o la orden del Císter, que se inspira y hace suyo el tipo de vida propuesto por la regla de San Gregorio en el siglo V, basada en la reclusión monástica y el rezo frecuente, que se realiza con arreglo a las horas canónicas, (maitines, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas), siendo normalmente el de las horas nocturnas “cantado” por toda la congregación en coro.
De acuerdo con estas
consideraciones, parece oportuno pensar que en esa época de la historia, surgen
nuevos cambios, como la peregrinación a Santiago de Compostela, probablemente
basada en profundas inquietudes personales de aquellas gentes, que se apoyaba
por un lado en la gran satisfacción personal y espiritual del esfuerzo constante
y cotidiano, encaminado a una meta u objetivo final nítidamente claro, que
además es amparado y auxiliado con frecuencia por los monasterios que jalonan
el camino, junto a un incremento del desapego hacia una autoridad representada
por unas élites políticas demasiado obsesionadas en la utópica, y absurda
empresa de las “cruzadas”.
En ese contexto
resultaría bastante habitual que la comunicación de inquietudes, facilitada por
el uso del latín y los nuevos movimientos de la gente, contribuyera a adoptar
soluciones comunes en respuesta a problemas comunes, con independencia de la
ubicación geográfica, como los relacionados con el canto y la construcción de
edificios. Estas dos referencias se encuentran tanto en la base del “canto
gregoriano” como del estilo “románico”, que en ambos casos surgen por esa época,
alrededor de la vida cotidiana dentro de los monasterios.
MÚSICA y ARQUITECTURA
– LA ACÚSTICA
La relación entre la
música o el canto coral y la construcción de edificios, aunque en un primer
momento puedan parecer incongruentes, si se analizan con algo más de cuidado, tienen
una gran relación entre sí, ya que el canto coral se realiza habitualmente dentro
del “recinto” configurado por un edificio concreto, y son precisamente sus
cualidades y propiedades “acústicas”, las que influyen de manera determinante,
en la percepción de la música y la melodía resultantes por cualquier
observador, o por los mismos protagonistas.
Aunque en aquella
época las ideas y conceptos físicos sobre el sonido y la acústica, fuesen
rudimentarios o inexistentes, evidentemente no lo era la percepción de los
resultados, como nos muestra todo el conocimiento histórico sobre música y
canto gregoriano, sin olvidar que la primera “partitura” o anotación de una
melodía que llega hasta nosotros es precisamente el “Antifonario” de la
catedral de León.
En relación con las
propiedades acústicas, es ya hacia finales del siglo XIX, cuando un profesor
universitario americano, Wallace Clement Sabine, mediante diversas mediciones y
experimentos dentro de varios auditorios y salas de conciertos, establece el
concepto actual de “tiempo de reverberación” (TR) para un recinto
arquitectónico, como característica básica y fundamental de sus propiedades
acústicas, junto con la conocida ecuación: [ TR = 0,161 * V / A ].
Aunque esa ecuación tenga
una expresión sencilla, para explicar el concepto de TR, normalmente se hace
referencia a los niveles del sonido mediante logaritmos, por lo que para muchas personas, eso siempre son cosas de gente rara. No obstante si se quiere entender
con claridad lo que representa TR, yo recomiendo acudir a la Wikipedia, donde
en la entrada correspondiente a “tiempo de reverberación” se encuentra un pequeño
“plugin” que cuando se activa, el ordenador emite un sonido de ejemplo con
tiempos progresivamente mayores, lo que permite hacerse una idea muy clara e
intuitiva de lo que representa este parámetro, pero sobre todo de la tremenda
influencia que debería tener sobre la “audición” de un coro cantando en
gregoriano.
Para explicar de
forma coloquial lo que representa TR, hay que decir que se trata de una especie
de “refuerzo” o “persistencia” del sonido que se escucha en cualquier recinto
cerrado, y está causado por el mismo sonido, al reflejarse de forma múltiple y
sucesiva en suelo, paredes y techo. El valor de TR, de acuerdo con la expresión
de Sabine, es directamente proporcional al volumen del recinto (V), y de manera
inversa a la superficie de absorción (A). Esa superficie de absorción está constituida por los materiales “blandos”
que son los que tienen la capacidad para absorber el sonido, como la gente con
su ropa (ocupación), o los tapices y cortinajes, sin olvidar los huecos
abiertos, ya que normalmente el suelo, paredes y techo, si son de piedra,
cristal, madera o yeso, resultan demasiado rígidos para tener una absorción apreciable
o significativa.
Cuando en los
comienzos del siglo XI, aquellas gentes se dedican a construir nuevos
monasterios e iglesias, naturalmente no conocen nada de esto, pero sin embargo
son perfectamente capaces de relacionar las diferencias al escuchar el canto de
un coro, con el volumen del recinto donde se escucha, y probablemente se inicia
una relativa carrera o competencia, por tratar de construir un edificio o recinto
con el mayor VOLUMEN posible, que permita escuchar la melodía cantada con el mayor
refuerzo acústico o REVEBERACION, ya que tampoco disponían en aquella época, de
ningún otro sistema de megafonía.
Nota:
Las imágenes y referencias que acompañan al artículo se han recopilado desde
internet por medio de Google, y son
propiedad de sus respectivos autores.
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