viernes, 31 de enero de 2014

DEL ROMANICO AL GOTICO - Parte II

El último día se exponían algunas consideraciones previas sobre la época histórica alrededor del año mil de nuestra era, tratando de argumentar algún tipo de causa o razón verosímil para el surgimiento del estilo románico dentro de la arquitectura, precisamente por esa época.

Evidentemente los factores concurrentes pueden ser múltiples y de diversa índole, pero personalmente considero que la gran proliferación de los monasterios, con una vida organizada alrededor de la “oración”, que se hacía con arreglo a las horas canónicas, realizando las correspondientes a las horas nocturnas de forma colectiva y cantada: “maitines”, “laudes”, “vísperas” y “completas”, hace que por un lado surja en esa época el “canto gregoriano”, pero también que se valore y fomente la importancia de las cualidades “acústicas” del recinto arquitectónico donde se entona esa melodía u oración.

LA REVERBERACIÓN del SONIDO

También se ha mencionado la ecuación de Sabine sobre acústica, pero sobre todo la importancia fundamental del “TR” o tiempo de reverberación de un recinto cerrado, como la característica fundamental que permite evaluar su comportamiento acústico. Ese tiempo de reverberación se expresa normalmente en segundos, y corresponde a la persistencia del sonido, después de que la fuente sonora haya dejado de emitirlo. Dicho en palabras coloquiales, es el tiempo que tarda en apagarse completamente el sonido o la melodía que estamos oyendo.

Lógicamente si ese tiempo tiene un valor alto, pongamos por ejemplo más de cuatro segundos, un cierto murmullo o cualquier ruido de fondo se pueden hacer bastante molestos, y además la “inteligibilidad” de un orador que pueda estar hablando se reduce notablemente ya que en cada instante estaríamos escuchando no solo la palabra que acaba de pronunciar, sino que además se superponen parcialmente todas las palabras de los cuatro últimos segundos.

En ese sentido hay que recordar las peculiaridades y costumbres de la oratoria, probablemente como una adaptación natural a las contradicciones que representa este fenómeno, ya que por un lado, en un recinto mayor se incrementa el TR favoreciendo una amplificación del sonido que llega mejor a los oyentes, pero por otro lado perjudica la inteligibilidad, por lo que los oradores se han acostumbrado a hablar “alto y pausado”, o también hay quien diría “alto y claro”.

Por otro lado el caso de una melodía musical es completamente diferente, ya que la persistencia del sonido que genera el recinto, contribuye por un lado a reforzar y ampliar el volumen sonoro que se escucha, lo cual en ausencia de megafonía es una notable ventaja, pero por otro lado, ante una melodía lenta y pausada como es el canto gregoriano, la perdida de inteligibilidad es básicamente irrelevante, por lo que resulta bastante lógico que en la construcción de los monasterios se tratara de conseguir un recinto del mayor volumen posible, y por otra parte el valor o mérito de haber construido un recinto mayor, resultaba indiscutiblemente reconocido por cualquiera que escuchase, el canto de un coro en su interior.

Evidentemente respecto a nuestra experiencia cotidiana, deberíamos tratar de descontar un elemento novedoso que se añade en el siglo XX como es la “megafonía” a la que estamos habituados en las salas de cine, y también en la mayoría de salas de conferencias donde tiene que hablar en público cualquier orador. Esa megafonía supone que los niveles del sonido se hacen artificialmente “altos” y el efecto relativo de la persistencia acústica que representa el TR, se diluye considerablemente. Por otro lado el incremento de superficies absorbentes, como la ocupación o presencia de personas, el tapizado de las butacas o los cortinajes, tapices y moquetas, contribuyen a reducir ese valor en los recintos grandes, y como también hemos perdido la costumbre de escuchar tanto la música como la palabra en directo sin megafonía, nos resulta relativamente extraña la experiencia directa sobre esa característica de un recinto.
 

LA LISTA DE EJEMPLOS

Cuando se quiere establecer una relación de ejemplos sobre edificios románicos, enseguida surge la catedral de Santiago de Compostela, aunque realmente la imagen habitual que se visualiza, corresponde a su fachada principal flanqueada por dos altas torres, que sin embargo no tiene nada que ver con el estilo románico, ya que estas se añaden en fechas muy posteriores que ya corresponden al estilo barroco.

El interior de la catedral sin embargo, sigue conservando la estructura y configuración originales de un edificio románico, que además constituye probablemente uno de los ejemplos más claros, además de ser uno de los mayores por tamaño interior o volumen del recinto. Otros dos ejemplos emblemáticos están constituidos por la colegiata de San Isidoro en León y la Iglesia de San Martín de Frómista.

En el caso de la colegiata, también hay que decir que su configuración es una de las más características en cuanto al estilo, pero a su vez incorpora algunas modificaciones posteriores, que naturalmente difieren de los patrones iniciales del estilo románico.

Esas modificaciones son por un lado, la sustitución del ábside central que corresponde al altar mayor, por un cuerpo de edificación más desarrollado que se realiza con patrones del gótico posterior, y probablemente responde a la necesidad práctica de ampliar el espacio en torno al altar, para alojar los sitiales del coro, o bien un emplazamiento privilegiado para autoridades políticas, ya que esta es la iglesia vinculada a los “Reyes de León” que también tiene el conocido “panteón” a los pies de la misma.

La otra modificación corresponde a una época posterior, entre renacimiento y barroco, que consiste en la incorporación de un segundo nivel en los tres últimos espacios de la nave central, justo a la altura de las bóvedas laterales mediante unos grandes arcos rebajados, que permiten situar un nuevo “coro elevado” a los pies de la iglesia, probablemente por el reducido espacio disponible en el emplazamiento gótico junto al altar. Además se añade sobre la puerta de entrada que se encuentra en la fachada lateral, unos elementos ornamentales configurados por un gran escudo y una balaustrada de coronación, que distorsionan en cierta medida la imagen general de este edificio, con respecto a  las pautas originales del estilo románico.

En el caso de San Martín de Frómista, probablemente las circunstancias sean las contrarias, ya que en la primera parte del siglo XX la iglesia se encuentra semiderruida, y cuando se procede a la restauración completa, se “reinterpretan” algunos elementos, por lo que aunque la composición y el diseño son perfectamente rigurosos con el estilo románico, posiblemente no fuera exactamente este, su aspecto original.

Además de los tres ejemplos mencionados, la elaboración de una lista de ejemplos románicos podría ser muy larga, y naturalmente desborda el alcance de una página como esta, no obstante para tener una idea cabal, sobre la tremenda proliferación de edificios durante esta época, así como su extensión geográfica, se considera más práctico incluir algunos enlaces a otras páginas más especializadas, que incluyen recopilaciones mucho más sistemáticas y completas.

  • MAPA INTERACTIVODEL ROMANICO. Se trata de una página referida solo al ámbito de España, pero su navegación está configurado mediante una estructura de mapas que facilitan una idea muy clara de las ubicaciones geográficas, destacando la notable frecuencia de emplazamientos en las provincias de Palencia y Navarra.
  • AMIGOSDEL ROMANICO. En este caso se trata de una página que recopila un “Inventario Románico” particularmente exhaustivo y extendido a toda Europa. Aunque normalmente solo identifica los edificios y elementos con unas pocas imágenes, contiene un repertorio de bibliografía de publicaciones, que permite localizar y/o profundizar fácilmente en el conocimiento de cualquier edificio.
  • ARTEGUIAS > Arquitectura ROMANICA. Se trata de una página muy completa referida no solo al románico sino a todo el arte de la Edad Media. La página esta bien estructurada por temas y secciones y contiene referencias diferenciadas para arquitectura románica, monasterios, Camino de Santiago etc.




Nota: Las imágenes y referencias que acompañan al artículo se han recopilado desde internet  por medio de Google, y son propiedad de sus respectivos autores.

miércoles, 22 de enero de 2014

DEL ROMANICO AL GOTICO - Parte I

Cuando se evocan referencias de arquitectura dentro de los periodos históricos denominados “románico” y “gótico”, enseguida surge la referencia del Camino de Santiago en la época medieval, cuando a lo largo de ese itinerario se van construyendo una serie de monasterios, iglesias, y catedrales, con unas pautas de estilo y construcción, que ponen de manifiesto la  transmisión del conocimiento a lo largo del propio camino y también una identidad cultural con rasgos comunes.

Si se quieren sintetizar las principales características del estilo románico, parece oportuno citar un repertorio de iglesias y edificios representativos, cuyas imágenes resulten conocidas en general, y de esa forma establecer referencias más detalladas y concretas respecto a los elementos que lo caracterizan.

LOS ANTECEDENTES                                          

Antes de citar una relación de ejemplos, considerando que los estilos románico y gótico, se suceden en el tiempo por ese orden, cabría revisar también la época inmediatamente anterior, con el fin de identificar posibles pautas o claves que permitan entender mejor la aparición y evolución entre los diferentes estilos, pero sin embargo cuando tratamos de recopilar ejemplos anteriores al románico, nos damos cuenta que resultan significativamente más escasos.

Teniendo en cuenta que el románico se extiende históricamente entre los siglos XI, XII y la primera mitad del XIII, y el gótico desde la segunda mitad del XIII hasta mediados del siglo XV o incluso el XVI dependiendo de la transición al Renacimiento en cada zona geográfica, habría que remontarse al menos dos o tres siglos por delante del XI para cubrir una extensión temporal equivalente a cada uno de estos dos periodos. Sin embargo cuando estudiamos, las referencias en la arquitectura de la época, normalmente se engloba una extensión temporal que comprende desde la caída del imperio romano en el siglo VI, hasta el siglo XI. Unos cinco siglos que se identifican habitualmente como “alta edad media”, que incluye desde el arte visigodo al mozárabe pasando también por el prerrománico.

Dentro de este periodo llama enseguida la atención, que el número de ejemplos de arquitectura resulta demasiado escaso en comparación con el románico o el gótico, a pesar de doblar la duración en el tiempo. Por otra parte los ejemplos de edificios también resultan llamativamente más pequeños y de mucha menor entidad, como Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo, Santiago de Peñalba, San Miguel de Escalada, San Baudilio de Berlanga, etc.

Esta consideración, invita a pensar que probablemente los cambios producidos en toda la sociedad europea y particularmente en la península, alrededor del año 1.000, son mucho más profundos y decisivos de lo que estamos habituados a considerar, o lo que representa la anécdota de las “cruzadas”. De hecho durante el siglo X se desarrollan en la península, casi todos los ejemplos de la arquitectura mozárabe que es más relevante en cuanto magnitud y extensión que los cuatro siglos anteriores, sexto a noveno.


LOS CAMBIOS

Uno de los elementos que parece oportuno destacar, es una decisión de la iglesia católica que se produce en esa época, y es la de unificar todos los ritos religiosos, adoptando como idioma único el “latín” que aún es conocido y manejado con soltura por mucha gente, y contribuye de esa forma a facilitar una comunicación a lo largo de toda Europa, ya que los ritos religiosos y el latín, resultan familiares y comunes para cualquier persona que pueda desplazarse desde Francia o el centro de Europa hasta los confines de Galicia, donde en esa época se dice haber localizado la tumba del apóstol.

Otro elemento a considerar es el surgimiento y proliferación de la vida monástica, con el ejemplo de los benedictinos o la orden del Císter, que se inspira y hace suyo el tipo de vida propuesto por la regla de San Gregorio en el siglo V, basada en la reclusión monástica y el rezo frecuente, que se realiza con arreglo a las horas canónicas, (maitines, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas), siendo normalmente el de las horas nocturnas “cantado” por toda la congregación en coro.

De acuerdo con estas consideraciones, parece oportuno pensar que en esa época de la historia, surgen nuevos cambios, como la peregrinación a Santiago de Compostela, probablemente basada en profundas inquietudes personales de aquellas gentes, que se apoyaba por un lado en la gran satisfacción personal y espiritual del esfuerzo constante y cotidiano, encaminado a una meta u objetivo final nítidamente claro, que además es amparado y auxiliado con frecuencia por los monasterios que jalonan el camino, junto a un incremento del desapego hacia una autoridad representada por unas élites políticas demasiado obsesionadas en la utópica, y absurda empresa de las “cruzadas”.

En ese contexto resultaría bastante habitual que la comunicación de inquietudes, facilitada por el uso del latín y los nuevos movimientos de la gente, contribuyera a adoptar soluciones comunes en respuesta a problemas comunes, con independencia de la ubicación geográfica, como los relacionados con el canto y la construcción de edificios. Estas dos referencias se encuentran tanto en la base del “canto gregoriano” como del estilo “románico”, que en ambos casos surgen por esa época, alrededor de la vida cotidiana dentro de los monasterios.

MÚSICA y ARQUITECTURA – LA ACÚSTICA

La relación entre la música o el canto coral y la construcción de edificios, aunque en un primer momento puedan parecer incongruentes, si se analizan con algo más de cuidado, tienen una gran relación entre sí, ya que el canto coral se realiza habitualmente dentro del “recinto” configurado por un edificio concreto, y son precisamente sus cualidades y propiedades “acústicas”, las que influyen de manera determinante, en la percepción de la música y la melodía resultantes por cualquier observador, o por los mismos protagonistas.

Aunque en aquella época las ideas y conceptos físicos sobre el sonido y la acústica, fuesen rudimentarios o inexistentes, evidentemente no lo era la percepción de los resultados, como nos muestra todo el conocimiento histórico sobre música y canto gregoriano, sin olvidar que la primera “partitura” o anotación de una melodía que llega hasta nosotros es precisamente el “Antifonario” de la catedral de León.

En relación con las propiedades acústicas, es ya hacia finales del siglo XIX, cuando un profesor universitario americano, Wallace Clement Sabine, mediante diversas mediciones y experimentos dentro de varios auditorios y salas de conciertos, establece el concepto actual de “tiempo de reverberación” (TR) para un recinto arquitectónico, como característica básica y fundamental de sus propiedades acústicas, junto con la conocida ecuación: [ TR = 0,161 * V / A ].

Aunque esa ecuación tenga una expresión sencilla, para explicar el concepto de TR, normalmente se hace referencia a los niveles del sonido mediante logaritmos, por lo que para muchas personas, eso siempre son cosas de gente rara. No obstante si se quiere entender con claridad lo que representa TR, yo recomiendo acudir a la Wikipedia, donde en la entrada correspondiente a “tiempo de reverberación” se encuentra un pequeño “plugin” que cuando se activa, el ordenador emite un sonido de ejemplo con tiempos progresivamente mayores, lo que permite hacerse una idea muy clara e intuitiva de lo que representa este parámetro, pero sobre todo de la tremenda influencia que debería tener sobre la “audición” de un coro cantando en gregoriano.

Para explicar de forma coloquial lo que representa TR, hay que decir que se trata de una especie de “refuerzo” o “persistencia” del sonido que se escucha en cualquier recinto cerrado, y está causado por el mismo sonido, al reflejarse de forma múltiple y sucesiva en suelo, paredes y techo. El valor de TR, de acuerdo con la expresión de Sabine, es directamente proporcional al volumen del recinto (V), y de manera inversa a la superficie de absorción (A). Esa superficie de absorción  está constituida por los materiales “blandos” que son los que tienen la capacidad para absorber el sonido, como la gente con su ropa (ocupación), o los tapices y cortinajes, sin olvidar los huecos abiertos, ya que normalmente el suelo, paredes y techo, si son de piedra, cristal, madera o yeso, resultan demasiado rígidos para tener una absorción apreciable o significativa.

Cuando en los comienzos del siglo XI, aquellas gentes se dedican a construir nuevos monasterios e iglesias, naturalmente no conocen nada de esto, pero sin embargo son perfectamente capaces de relacionar las diferencias al escuchar el canto de un coro, con el volumen del recinto donde se escucha, y probablemente se inicia una relativa carrera o competencia, por tratar de construir un edificio o recinto con el mayor VOLUMEN posible, que permita escuchar la melodía cantada con el mayor refuerzo acústico o REVEBERACION, ya que tampoco disponían en aquella época, de ningún otro sistema de megafonía.



Nota: Las imágenes y referencias que acompañan al artículo se han recopilado desde internet  por medio de Google, y son propiedad de sus respectivos autores.