En la entrada del día anterior, se ha desarrollado
una exposición general sobre la elaboración de mediciones y presupuestos en los
proyectos de arquitectura, su trascendencia y algunos aspectos prácticos sobre
su elaboración en los últimos años dentro del ámbito de este país.
En los últimos párrafos se mencionaba el sistema de
módulos que se ha utilizado por los colegios de arquitectos, la incidencia que
había tenido durante su vigencia, y la desregulación que han supuesto los
cambios legislativos, y la aparición de ciertas “incertidumbres” o dudas sobre
el “rigor” de los presupuestos que se
incluyen en algunos proyectos técnicos de iniciativa estrictamente privada.
El sistema Medición-Presupuesto
Una de las características destacables del documento
de mediciones y presupuesto, es la “ingente” cantidad de datos numéricos que puede
acarrear, y en consecuencia la probabilidad de generar errores de todo tipo, y
las dificultades para establecer sistemas de control “riguroso” sobre su
integridad. Esta cantidad de datos numéricos que incluye el documento es
lógicamente proporcional a la magnitud o volumen del proyecto, y en el caso de
obras singulares o de cierto tamaño puede llegar a generar volúmenes de varios
cientos de páginas de texto mecanografiado. No obstante en este sentido cabe
mencionar las diferencias tradicionales entre los proyectos de “arquitectura” y
los de “obra civil” que a su vez ilustran, amplían y refuerzan diferencias de
criterios entre “arquitectos” e “ingenieros de caminos”.
En el caso de los ingenieros de caminos y la obra
civil, hay que destacar que tanto los proyectos técnicos como el ejercicio
profesional, siempre han tenido una cierta convergencia con muchos elementos
comunes en el sector de la construcción, y como ejemplo es frecuente que las empresas constructoras
operen tanto en “obra civil” como en “edificación”, los laboratorios de control
de calidad operan indistintamente en ambos sectores, y de hecho si se examinan
con detenimiento los procesos de “construcción”, se puede apreciar que la
relación de “unidades de obra”, que intervienen en muchos casos son las mismas,
(movimiento de tierras, cimentaciones, estructuras de hormigón y acero,
pavimentaciones, redes e instalaciones de saneamiento o desagües, abastecimiento
o fontanería, iluminación y alumbrado público, electricidad .. etc). De hecho las
bases de precios y unidades de obra, o los programas informáticos suelen
emplearse indistintamente en ambos sectores.
Una característica singular que sin embargo diferencia
claramente a ambos, es la magnitud relativa en el momento de cuantificar cada
proyecto. Como ejemplo cabe mencionar que en el caso de una “vivienda
unifamiliar”, el número de unidades de obra diferentes que pueden ser
necesarias para completar su construcción, puede llegar fácilmente a las doscientas,
aunque difícilmente se va a totalizar un importe acumulado de más de ciento
cincuenta o doscientos mil euros. Sin embargo en un pequeño proyecto de obra
civil, como puede ser un tramo de carretera sencilla, probablemente el número
de “unidades de obra” necesarias no supere el centenar, pero sin embargo la
cuantía acumulada difícilmente bajará de los cinco o diez millones de euros, lo
que representa que para una “unidad de obra” similar en ambos proyectos, se
multiplica su incidencia o valor relativo, por un factor cien o doscientas
veces mayor.
Esta diferencia cuantitativa entre las magnitudes
relativas de las unidades de obra habituales en ambos proyectos, además de otra
diferencia frecuente, como es el hecho de que los proyectos de obra civil sean
normalmente de iniciativa “pública”, y los de edificación en su mayoría de
“iniciativa privada”, acaban motivando que se aborde esta parte del proyecto
con criterios claramente diferenciados.
Por un lado en el caso de los ingenieros de caminos y
la obra civil, el criterio habitual, profundiza mediante un “análisis” más
exhaustivo de los datos, para descomponer los elementos de cada unidad de obra
(descomposición de precios .. ) cruzando valores comunes entre distintas
unidades, que pueden poner de manifiesto incoherencias del conjunto, y añadir
algunas redundancias que contribuyen a poner de manifiesto cierto tipo de
errores, (cuadros de precios en letra y número .. etc. ). Esto lógicamente
contribuye a incrementar notablemente el volumen de datos numéricos y también
la carga de trabajo y esfuerzo sobre la elaboración del proyecto, aunque dado
que la magnitud de estos, es bastante mayor que en el caso de la edificación y
su carga de trabajo en aquellos aspectos como la originalidad, la innovación, y
el diseño o la estética son sustancialmente menores, hacen que esa “hipertrofia”
de datos numéricos dentro del presupuesto también se acabe convirtiendo en un
factor de diferenciación que llega a utilizarse como respaldo de su propio “prestigio
profesional”.
Por el contrario en el ámbito de la arquitectura, por
un lado la “reglamentación” de tipo administrativo es más relajada, ya que suele
operar en el ámbito de la iniciativa privada, y por otro lado el “valor propio”
del trabajo se tiende a ubicar en la vertiente gráfica, dando mucha más
importancia a los factores subjetivos y discrecionales, como el diseño estético,
la innovación, la originalidad etc. que están más vinculados a la identidad y
al prestigio personal de cada arquitecto.
En este sentido el documento del presupuesto, se
aborda inicialmente de forma similar, elaborando una “medición” exhaustiva, que
al igual que en la obra civil, se compone de una lista completa de unidades de
obra, junto con la recopilación sistemática de datos numéricos necesarios para
calcular sus magnitudes en el proyecto. No obstante a la hora de establecer los
precios para esas unidades de obra, en lugar de profundizar en la elaboración
de los precios a través de un “análisis”
exhaustivo que incrementa desaforadamente el volumen de datos numéricos, se suele
recurrir a través de cierta capacidad de “síntesis”,
a tomar referencias “externas y objetivas”, que permitan aproximar o acotar un
presupuesto final, mediante experiencias recopiladas con tipologías de casos
similares.
Esa recopilación de referencias y tipologías es lo
que en última instancia constituyen y representan los sistemas de “módulos”
empleados tradicionalmente en los colegios de arquitectos, que a su vez se
convertían en “referencia objetiva” a
través de esa estructura sindicada de la profesión del arquitecto.
Consideraciones
sobre los módulos.
En primer lugar hay que mencionar que la capacidad de
regulación que pudieran ejercer los colegios de arquitectos a través de los
sistemas de “módulos” han sido suprimidos completamente por la legislación
general, en una primera etapa con la eliminación de las “tarifas de
honorarios”, y finalmente con la aplicación de la conocida como Ley Ómnibus,
que establece una determinada transposición de la legislación comunitaria.
En este sentido, cabe decir que los argumentos para la
eliminación de los sistemas de “módulos”, han sido derivados de la “competencia”
ya que supuestamente la capacidad de regulación que ejercían los “colegios de
arquitectos”, generaba una falta de competencia entre los profesionales y
consecuentemente un “encarecimiento” artificial de los servicios que
desempeñaban.
Con independencia de que el razonamiento pueda
parecer correcto a primera vista, la realidad es sustancialmente diferente, ya
que la competencia para elegir un “arquitecto” concreto en detrimento de otro, casi
nunca se ha dirimido por la repercusión económica del importe de sus
“honorarios”. La competencia entre profesionales se ha ido desarrollando por
otras muchas cuestiones y factores propios de la complejidad del trabajo, cuya
valoración de “calidad” tiene un marcado carácter “subjetivo” a diferencia de
cualquier otra ingeniería. Como factores de competencia entre arquitectos, cabe
citar la “notoriedad”, la “experiencia”, una “capacidad” contrastada en trabajos similares, o bien una “sintonía personal” con el cliente, que ayuda
a trasladar al proyecto, las inquietudes, preocupaciones o ansiedades que todo “promotor”
tiene cuando se inicia una nueva “empresa”.
Los sistemas de módulos utilizados normalmente por
los colegios de arquitectos, consisten en aplicar un “valor medio” de
referencia sobre la superficie construida del edificio, que es la magnitud más
característica y proporcional de su coste, corrigiendo y ajustando ese valor
medio con un repertorio más o menos amplio de circunstancias fácilmente
identificables a primera vista, que repercuten el coste de la construcción,
como pueden ser numero de fachadas, los tipos de acabados, tipologías constructivas
(naves de acero, estructura de hormigón armado, .. ) etc.
Estos sistemas permiten un control relativamente
fácil mediante algún tipo de formulario donde figure un resumen de los datos
más característicos del edificio proyectado o también establecer avances o aproximaciones
del coste de construcción en las fases más iniciales del proyecto, ayudando a
descartar o adoptar distintas soluciones o alternativas.
Una de las ventajas del sistema es su simplicidad, ya
que manejando las superficies construidas de cada tipología y unos pocos datos
numéricos, se puede obtener una aproximación razonable de su coste o
“presupuesto”, que permite adoptar decisiones y/o criterios en la fase de
diseño, sin necesidad de completar la larga elaboración del presupuesto.
Lógicamente en los proyectos de ingeniería civil, también se emplean sistemas
de “índices” con un objetivo similar, pero mucho más desligados de la
elaboración final del presupuesto y desde luego sin el carácter “general y
objetivo” que aporta una entidad ajena al propio estudio u oficina técnica.
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