Ya se ha mencionado de forma somera en el tema anterior,
alguna diferencia entre el trabajo técnico habitual, en dos y tres dimensiones.
No obstante parece oportuno comentar algo más la diferencia entre ambos planteamientos
a la hora de abordar el trabajo técnico con las herramientas informáticas que
ponen a nuestro alcance los ordenadores actuales.
Aquellos que hemos desarrollado una cierta edad en el ejercicio
profesional, desde unos orígenes basados en el trabajo manual dentro de los
estudios, y hemos asistido en primera fila al drástico cambio que ha supuesto
la incorporación de las herramientas informáticas, hemos asistido
paulatinamente a una curiosa e interesante confrontación, entre las “promesas”
y “tendencias” que nos podían alcanzar en poco tiempo, y la vertiginosa
evolución “real” que íbamos observando.
Evidentemente muchos de los “vaticinios” de evolución
inmediata, han ido fallando inexorablemente, y sin embargo otros aspectos que
casi nadie vaticinaba, acaban imponiendo cambios aplastantes. En este sentido
cabe mencionar a modo de ejemplo el uso
de la telefonía móvil, cuando esta se consideraba una herramienta de gran utilidad
en ámbitos profesionales, pero que sin embargo fue esa ansiedad y preocupación
tan femeninas hacia los hijos adolescentes, la que introduce el artilugio en sus
bolsillos sin la menor contemplación, y acarrea un resultado espectacular sobre
los SMSs, que jamás habían “vaticinado”
las grandes compañías de telefonía móvil.
En los primeros momentos que aparecen sistemas informáticos
relacionados con el ámbito profesional de la arquitectura y la edificación,
estos se dedican a tareas auxiliares en consonancia con la gran capacidad para
el calculo numérico “calculo de estructuras” y facilidad en el manejo de bases
de datos, “elaboración de presupuestos y mediciones”. Esa etapa se desarrolla a
lo largo de la década de los 80s, en la primera mitad de forma testimonial y en
la segunda con una relativa pujanza, que al final de la década acaba
arrinconando la vieja “maquina de
escribir”.
Al comenzar la década de los 90s, aparecen ya los primeros
“iniciados” que conocen el programa “AutoCAD”, y también ordenadores más
potentes, monitores y tarjetas gráficas especiales, y por supuesto el
correspondiente “plotter” (..de plumillas), que se convierte casi de inmediato
en el verdadero “artilugio” con capacidad para convencer a cualquier
“escéptico”, y de paso admirar y aterrorizar a delineantes recién salidos de la formación profesional,
que habían proyectado sus expectativas, en la destreza con el dibujo manual.
Ya en aquellos momentos se “oían” algunos debates o
discusiones de “barra de bar”, entre arquitectos iniciados, sobre la “revolución”
que se avecinaba, dando casi por sentado el hecho de que en un futuro más o
menos próximo, el dibujo de un proyecto arquitectónico, se abordaría construyendo el modelo completo en “tres
dimensiones”, con la promesa de una visualización fácil e inmediata desde
cualquier punto de vista, y de tal forma que los planos tradiciones (plantas,
alzados y secciones) serían solo el resultado de definir sus posiciones en el
modelo, dejando al sistema informático la tediosa tarea de gestionar la “elaboración automática” de aquellos
planos que fuesen necesarios. (.. por cierto, ¿alguien recuerda la oficina sin
papeles? )
Evidentemente aquel paradigma incluso en origen, pecaba de
ilusorio y optimista, y aquellos vaticinios han sido archivados en el
“anecdotario”. No obstante se sigue observando ocasionalmente un brillo
especial en la mirada de algunos jóvenes, que se acercan a este mundo a través
de un aprendizaje ilusionado y ansioso, y si se escucha con atención, se oye
galopar su imaginación con el afán de dominar la navegación por ese nuevo mundo
virtual de geometría espacial y modelos informáticos.
Obviamente la capacidad de seducción que genera la
posibilidad de examinar desde cualquier punto de vista, o hacer un recorrido a
través de un modelo virtual del edificio que hemos imaginado, incluso con el
aspecto de sus materiales o una iluminación sofisticada, resulta especialmente
cautivadora, y ha supuesto un avance indiscutible que poca gente podía imaginar
hace poco más de veinte años, cuando la única aproximación a este mundo, era una
laboriosa construcción de maquetas.
Esa gran capacidad de seducción también tiene el riesgo de
desbocar la imaginación con un optimismo excesivo, que se puede manifestar desde
un manierismo exacerbado en las formas que se proyectan, hasta el oportunismo mediocre
y profano que trata de reemplazar un trabajo serio de “arquitectura” mediante
sistemas informáticos y presentaciones deslumbrantes. Una vez glosados los
elogios hacia las “tres dimensiones” y a ese nuevo mundo de posibilidades
deslumbrantes, cabe hacer algunas “advertencias” si queremos dejar las cosas en
su sitio.
En primer lugar hay que decir que el trabajo en “tres
dimensiones” es intrínsecamente más complejo y por tanto laborioso y costoso en
dedicación, tiempo y recursos. Por otra parte la utilidad que tiene los
“planos” que se incorporan en ese documento que llamamos “proyecto técnico”, es
la de servir de base tanto para la ejecución de las obras de construcción, como
para dejar constancia previa, documentada y verificable, de aquello que se trata
de construir, justificando los requisitos que condicionan las autorizaciones
competentes.
Obviamente los dibujo en “dos”
dimensiones (plantas, alzados y secciones) resultan más fáciles de elaboración,
pero también tienen otra gran utilidad,
y es el hecho de que las dimensiones de los objetos que representan se
encuentran en “verdadera magnitud”, es decir que se pueden medir, verificar o
comprobar distancias, sobre el dibujo de forma directa sin otra consideración
que la “escala” del dibujo.
Cualquier estudiante de geometría,
sabe que para representar objetos espaciales en una superficie plana es
necesario algún tipo de proyección, y aunque en todo caso exista una relación
que permite determinar distancias y posiciones con rigor matemático, en el caso
de las proyecciones cónicas las “distancias” se distorsionan en función de su posición
respecto al eje de proyección, y en el caso de las proyecciones paralelas,
aunque la distorsión se mantenga constante a lo largo de cada dirección, también varia en función de estas, por lo que
cualquier comprobación de posiciones o distancias en un “plano” dibujado en
perspectiva, se convierte en una tarea con una “complejidad matemática”, que lo
deja fuera de ese tipo de uso.
Evidentemente y como conclusión a estas consideraciones,
creo que cabe “vaticinar” sin temor a equivocaciones sobre la evolución del
futuro, que el uso de los “planos” para la construcción de obras y otro tipo de
objetos, se seguirá realizando en dos dimensiones (o sistema diédrico de
proyección) durante muchas generaciones sucesivas.
Llegados a este punto y aunque solo sea por redundancia,
cabe recordar aquellas “láminas de dibujo”, que se estudiaban en las escuelas
de arquitectura del siglo XIX, sobre “estereotomía de la piedra”, en las que se
mostraban métodos geométricos, para el trazado de las formas mediante el
“abatimiento” de planos, desarrollos en verdadera magnitud, y métodos
parecidos, que luego permitían construir las “plantillas” y “baiveles” que
guiaban a los canteros en la fabricación de “sillares” y “dovelas” de piedra,
que cuando eran “levantadas” y “colocadas” con esfuerzo considerable, tenían
que encajar entre si con la exactitud suficiente para asegurar la estabilidad
del conjunto.
Qué chulada de entrada, me ha gustado mucho! :)
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